Los primeros tranvías de tracción no animal fueron los accionados por un motor de vapor externo al vehículo. Aún tardarían algunos años en ser eléctricos, como los que aún circulan por algunas ciudades en la actualidad.
Funcionaban tirados por un cable dentro de un raíl situado en el suelo a lo largo de su recorrido. En cada extremo de la línea había dos grandes ruedas o poleas accionadas por un motor de vapor, situadas dentro de un edificio.
El conductor disponía de una palanca, que enganchaba el cable del raíl, permitiendo el arrastre del tranvía y un pedal de freno, con los que controlaba la marcha y las paradas.